29 mayo, 2016

Nadie me dijo que Napoles me enseñaría tanto


Napoles. Naples. Napoli. 


Hacía mucho tiempo que quería visitarla y al final he acabado enamorándome de ella. 


 Después de mi primera semana en Roma partí en tren el sábado por la mañana. Mientras miraba por la ventana intentaba imaginarme como sería aquella ciudad de la que me habían hablado tanto. Me habían dicho cosas buenas, cosas malas... Pero mi cabeza iba vacía, abierta a vivirla por mi misma.

Kekko, uno de mis amigos de Napoles, me recogió en la estación central y fuimos a visitar el centro histórico. 
Calles estrechas llenas de gente y motos sin control (muchas sin casco - no es un mito), iglesias preciosas como la del Gesú, e historias increíbles como la de milagro de San Gennaro mientras andábamos por los pasillos del Duomo hicieron que la primera mañana fuese perfecta. 

Comimos en Sorbillo, el restaurante más conocido por su pizza en la que por fin conocí la autentica pizza napolitana, blanda y llena de tomate hasta los topes (incluso necesite clases para aprender a comerla jajaja). Después paramos en Piazza Dante donde había un lugar conocido por su café, aunque no me atreví a probarlo. 

Por la tarde nos alejamos del centro para ver el mar parando primero en Marechiaro, un sitio al que se llegaba después una gran hilera de escaleras y que probablemente no hubiese conocido sino hubiese ido con gente de allí puesto que no era nada turístico. 

El siguiente lugar, el complejo de la Isla de la Gaiota también fue similar. Atardecer con vistas al golfo de Napoles... ¿qué más podía pedir? En serio podría haberme quedado en aquel lugar todo el fin de semana. 

Llegamos al hotel, donde tenía una habitación preciosa frente al mar esperándome. 

Comimos mozzarella de buffala y salimos al parking donde nos reunimos unos cuantos coches para ir a Nabilah por el cumple de Teresa. 

Conocí a un montón de gente allí y todos me trataron como una más, teniendo muchísima paciencia conmigo al hablar italiano (sobretodo al final cuando ya no entendía ni una palabra de lo que decían del cansancio). 
El local al abierto era una pasada aunque con la tontería hacía un poco de fresco. Lo mejor fue al volver puesto que tuvimos la suerte de poder ver el amanecer del Golfo de Pozzuoli.

Apenas dormí unas horas y ya estábamos de camino a ver otra parte del centro. 


Cogimos el metro y nos bajamos en Toledo, conocida como la parada más bonita del mundo. Nada más salir del vagón los colores azules te daban la sensación de estar en el mar, y un pasillo lleno de imágenes en movimiento simulaba esto mismo. Sin embargo lo mejor era subir las escaleras mecánicas rodeada de azulejos blancos y azules iluminados mientras que sonaban notas de música de un instrumento ubicado en el mismo lugar que según la explicación, captaba rayos de luz invisibles al ojo humano.

Recorrimos Via Toledo parando en la Galería Umberto que en cierto modo me recordó a una que había visto en Bruselas antes. Al igual que el Palazzo Reale, el cual se encontraba próximo, estaban reformándose. En este caso por un incidente que hubo con un bloque de mármol que acabo con la vida de un pequeño de 13 años intentando salvar a su amigo, una historia que me estremeció.


Pasamos por el Caffé Grambrinus para llegar a la Piazza del Plebiscito donde me divertí como una niña. Al parecer si te pones en el lado del Palazzo y caminabas de frente hacia el otro lado nunca pasarás por en medio de las dos estatuas de los caballos. Ilusa de mi, no me cansaba de intentarlo.

Bajamos la cuesta al Lungomare para recorrer Via Caracciolo la cual estaba llena de turistas que disfrutaban de un día espléndido de fin de semana. Como el Castel Dell'Ovo no estaba abierto hasta más tarde paseamos por el Burgo Marinaro y finalmente paramos a comer en un restaurante frente al puerto.

Probé pasta con i frutti di mare y zeppole (un plato especial de pasta frita) que con un vino, las vistas y la compañía lo hicieron uno de los mejores momentos del viaje. Las risas fueron aseguradas como cuando cometí el grave error de decir que la pasta estaba dura cuando en realidad estaba al dente...También hablamos con la familia que estaba sentada al lado, curiosa por mi acento y mi estancia aquí, que incluso acabó invitándonos a un café. Para los que me conocen bien saben a veces tengo demasiada energía y por esto no suelo tomarlo o sería una bomba de relojería; además de que no me gusta especialmente. Sin embargo este sí me gustó y apunte otra cosa en la lista: el café napolitano. 

Como el Castel dell'Ovo tenía una exposición especial no entramos e hicimos una parada en el césped de Villa Communale llena de familias y gente paseando. Continuamos por Via dei Mille, una de las mejores zonas que tenía unos balcones de ensueño, y llegamos al Funicolare, una especie de metro que sube desde la costa hacia la colina debido al gran desnivel de terreno que hay en la ciudad. Allí nos encontramos con todos los de la noche anterior de nuevo y comimos un helado hecho con latte di buffala. Sin duda este fin de semana iba a ganar un par de kilos... Jajaja

Después fuimos a ver las vistas desde San Martino, donde agradecí a Dios por otro atardecer tan perfecto como aquel así como por tener personas alrededor de todo el mundo que me enseñaban sus ciudades, sus hogares, sus rincones favoritos. 

Por último tocaba despedirse del mar (solo hasta el día siguiente). Cogimos el coche y escuchamos música italiana como habíamos hecho durante todo el viaje (sobretodo de Pino Daniele) mientras temía como conducía de locamente la gente allí. Al parar tomamos unas panorámicas mágicas desde un par de lugares más. Primero desde la Terraza di Posillipo y después desde Giuseppone a mare. En el último ya empezó a hacer algo de fresco y tenía algo de sueño así que de vuelta al hotel caí rendida. 

La mañana siguiente fue para despedirse del mar, esta vez finalmente la definitiva. Redesayunamos en Lungomare de Pozzuoli para poder probar otro buen café mientras recordaba todo lo que había aprendido aquí. 

Sus tradiciones, su comida, su gente, su música, sus panóramicas, su historia y por su puesto algo italiano. Y todo en un fin de semana!



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