Napoles. Naples. Napoli.
Hacía mucho tiempo que quería visitarla y al final he acabado enamorándome de ella.
Después de mi primera semana en Roma partí en tren el sábado por la mañana. Mientras miraba por la ventana intentaba imaginarme como sería aquella ciudad de la que me habían hablado tanto. Me habían dicho cosas buenas, cosas malas... Pero mi cabeza iba vacía, abierta a vivirla por mi misma.
Calles estrechas llenas de gente y motos sin control (muchas sin casco - no es un mito), iglesias preciosas como la del Gesú, e historias increíbles como la de milagro de San Gennaro mientras andábamos por los pasillos del Duomo hicieron que la primera mañana fuese perfecta.
Por la tarde nos alejamos del centro para ver el mar parando primero en Marechiaro, un sitio al que se llegaba después una gran hilera de escaleras y que probablemente no hubiese conocido sino hubiese ido con gente de allí puesto que no era nada turístico.
El siguiente lugar, el complejo de la Isla de la Gaiota también fue similar. Atardecer con vistas al golfo de Napoles... ¿qué más podía pedir? En serio podría haberme quedado en aquel lugar todo el fin de semana.
Llegamos al hotel, donde tenía una habitación preciosa frente al mar esperándome.
Comimos mozzarella de buffala y salimos al parking donde nos reunimos unos cuantos coches para ir a Nabilah por el cumple de Teresa.

Llegamos al hotel, donde tenía una habitación preciosa frente al mar esperándome.
Comimos mozzarella de buffala y salimos al parking donde nos reunimos unos cuantos coches para ir a Nabilah por el cumple de Teresa.


Apenas dormí unas horas y ya estábamos de camino a ver otra parte del centro.
Cogimos el metro y nos bajamos en Toledo, conocida como la parada más bonita del mundo. Nada más salir del vagón los colores azules te daban la sensación de estar en el mar, y un pasillo lleno de imágenes en movimiento simulaba esto mismo. Sin embargo lo mejor era subir las escaleras mecánicas rodeada de azulejos blancos y azules iluminados mientras que sonaban notas de música de un instrumento ubicado en el mismo lugar que según la explicación, captaba rayos de luz invisibles al ojo humano.
Cogimos el metro y nos bajamos en Toledo, conocida como la parada más bonita del mundo. Nada más salir del vagón los colores azules te daban la sensación de estar en el mar, y un pasillo lleno de imágenes en movimiento simulaba esto mismo. Sin embargo lo mejor era subir las escaleras mecánicas rodeada de azulejos blancos y azules iluminados mientras que sonaban notas de música de un instrumento ubicado en el mismo lugar que según la explicación, captaba rayos de luz invisibles al ojo humano.

Pasamos por el Caffé Grambrinus para llegar a la Piazza del Plebiscito donde me divertí como una niña. Al parecer si te pones en el lado del Palazzo y caminabas de frente hacia el otro lado nunca pasarás por en medio de las dos estatuas de los caballos. Ilusa de mi, no me cansaba de intentarlo.
Bajamos la cuesta al Lungomare para recorrer Via Caracciolo la cual estaba llena de turistas que disfrutaban de un día espléndido de fin de semana. Como el Castel Dell'Ovo no estaba abierto hasta más tarde paseamos por el Burgo Marinaro y finalmente paramos a comer en un restaurante frente al puerto.
Probé pasta con i frutti di mare y zeppole (un plato especial de pasta frita) que con un vino, las vistas y la compañía lo hicieron uno de los mejores momentos del viaje. Las risas fueron aseguradas como cuando cometí el grave error de decir que la pasta estaba dura cuando en realidad estaba al dente...También hablamos con la familia que estaba sentada al lado, curiosa por mi acento y mi estancia aquí, que incluso acabó invitándonos a un café. Para los que me conocen bien saben a veces tengo demasiada energía y por esto no suelo tomarlo o sería una bomba de relojería; además de que no me gusta especialmente. Sin embargo este sí me gustó y apunte otra cosa en la lista: el café napolitano.
Después fuimos a ver las vistas desde San Martino, donde agradecí a Dios por otro atardecer tan perfecto como aquel así como por tener personas alrededor de todo el mundo que me enseñaban sus ciudades, sus hogares, sus rincones favoritos.
Sus tradiciones, su comida, su gente, su música, sus panóramicas, su historia y por su puesto algo italiano. Y todo en un fin de semana!